Las calles del primer cuadro están siendo remozadas; los edificios, embellecidos en su fachada. Hombres y hombres trabajan hasta en las horas nocturnas picando el viejo asfalto, cuna futura de perfectos adoquines. Se pincelan todas las esquinas con macetas y farolas de un estilo colonial moderno; en los viejos negocios exigen toldos afrancesados para que todo guarde un estilo.
La plaza de la Santa Veracruz, la de Santo Domingo y hasta la Biblioteca Nacional pretenden ser limpiadas y pulidas. El viejo Palacio de Correos ahora se muestra orgulloso, lanzando sus carcajadas burlonas al aire para que vean sus hermosas almenas. Frente a él, la Alameda Central lo ignora, y en su quietud también se siente muy señora.
–Lástima– pensarán calles, monumentos y casonas– que por nosotros todavía pasen niños provincianos desarrapados, Marías con naranjas y cacahuates, pordioseros que fabricara el porfirismo y que todavía existen.
–¿Porqué no cercan los lugares de donde vienen?– dice la humilde House of Tiles (Casa de los Azulejos) de la calle Madero.
–O que al menos los ocultaran, les vedaran el paso a nuestros dominios– sugiere el Expalacio de la Marquesa de San Mateo de Valparaíso.
–Debemos levantar una enérgica protesta– dice el Expalacio de los Condes de Miravalle.
–No conviene. No conviene–. A coro quieren imponer el Palacio antes llamado del Sacro y Real Monte de Piedad de Ánimas y la parsimoniosa Catedral Metropolitana.
Es diabólica la conversación y las perpetuas misas negras donde la sangre del condenado a muerte se seca antes de caer su cuerpo, dejando la desesperación en todos los colosos de piedra que, a veces, se inclinan o simplemente se cuartean.
Pero los hombres sin casa, constructores de rascacielos, siguen su ardua tarea, gastando sus músculos, entumeciendo sus ojos. A cada golpe de zapapico se escucha una carcajada; con cada gota de sudor se ve un centímetro del centro más limpio.
–La mugre que cubre las manos de los campesinos, se la llevará el viento– piensan.
–La infección que crece en cada barrio de la ciudad se exterminará sola– creen.
Es más importante sonreír… para los turistas, y por eso pasea el policía de guantes blancos aunque luzca irreal (habla un poco de inglés).
Están remozando el centro de la Ciudad de los Palacios y no importa que se muera el moderno esclavo, el sirviente, el labrador, mientras existan calles hermosas para los ojos.
Como si hubiera luna llena siempre, en los suburbios maúllan perros y hombres. Eso, solamente por ahora, mientras viven las casonas.
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