La neta que buscar una chamba se ha convertido en una pesadilla. Les platico.
Necesitaba allegarme una lana fija. Todos tenemos un plan a futuro, aunque sea un futurito muy cercano y yo tenía el mío: hacer artesanías más allá del tenderete callejero.
Pensaba en alquilar un localito, adquirir una maquina de coser, con motor, de preferencia, para no pedalearle tanto, herramientas adecuadas para hacer trabajos de talabartería, una mesa de trabajo, materiales y… bueno, ya captaron el objetivo, ¿no? El aterrizaje lógico de tales pretensiones era juntar un dinerito, invertir y, como un capitalista más, ser dueño de mis propios medios de producción y, chance, hasta tener uno o dos chalanes que le entraran al corte, cocido y acabado de carteras y piezas originales que yo sé que le gustan a la tropa. Lograría –¡Oh, sueño guajiro!- tener un modus vivendi más acá, incluyendo la seguridad económica que se supone me daría el tener un establecimiento. Conclusión: necesitaba un trabajo seguro que me permitiera ahorrar unos clavos, así que me puse a buscar chamba, pero todo se convirtió en puras broncas.
-¿Nombre?- me preguntó un monito sentado en una sillita que parecía quebrarse.
-Punkijote de la Raza.
-No sea payaso, su nombre real, no se trata de estar jugando.
No quería decirlo, como ya les platiqué, mis jefes me pusieron un nombrecito de a tiro muy pinche, que siempre me he negado a usar, pero ni modo, tenía que soltarlo si quería ser candidato al puesto.
-Telésforo Chirinos Morquecho.
-¿Telésforo?- repreguntó con sorna el hombrecito con toda su cara de mediocridad y eso me calentó.
-Si, güey, ¿te duele algo?
-A ti te duele, mi buen; a mí, no. Ja, ja, ja, ja-. Se rió el maldito. Luego, casi con saña, agregó. –No contratamos papagayos, nuestros servicios no incluyen zoológicos ni circos. Así que puedes irte a marchar. Ja, ja, ja…
Si algo me calienta es la discriminación y aunque he defendido estoicamente a muchos paisas victimas de semejante conducta, en este caso se trataba de mí y, con más razón, no podía permitir que ese changuito cilindrero me convirtiera en blanco de sus burlas.
-Por menos les “he tronado su maraca” a muchos. No tienes derecho, nadie tiene derecho, de burlarse de mí ni de nadie; mejor te paras porque no te quiero agarrar sentado. Bríncale, carita de garambullo.
Más me tardé en cantarle la bronca directa que dos uniformados en agarrarme de los brazos impidiéndome cualquier movimiento. Claro está que me les zafé y empecé a despotricar contra todos. Un asunto sin importancia se convertía así en una riña más.
-¡Ustedes, acólitos del diablo, no se metan porque también les va a llover!
-Vamos a ver de qué cuero salen más correas-, dijo el más alto y me dio un mamporro con su macana.
“Fuerzas y energía a mí, ahora es cuando”, pensé con intensidad y empecé a repartir mandarriazos a diestra y siniestra. El hombrecito y otros dos entrevistadores más se unieron a los cuicos para surtirme gacho. La cosa se puso ruda: cinco jijos de la jijurria contra mí solito. Alcancé a centrar unas naricitas y aquello se puso más fiero. Macana acá, puño allá, salpicones de sangre arriba, ganchito al hígado por abajo… Tuve que salir por piernas. Las escaleras para llegar a la planta baja se me hicieron infinitas y para maldita la cosa casi para alcanzar la calle me lograron agarrar los vigilantes de la entrada y entre todos, finalmente, me surtieron con una amplia variedad de trompones.
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El ministerio público me impuso una pena corporal de 30 días y una multa que no sé cómo voy a pagar. Buscaba chamba para… ya les platiqué, ahora busco almas que se conmiseren de mí y me ayuden a salir del bote. Seguiré haciendo mis artesanías en mi cantón para venderlas en mi tenderete del Chopo, o en Buenavista, o por la calles de esta gran urbe y volveré a buscar trabajo, de lo que sea, porque, la neta, como les conté, quiero poner mi tallercito.
¡Ah, sociedad maldita!